Cualquier composición de lugar que uno pueda hacerse termina cayendo ante la autenticidad del planteamiento y la convicción absoluta con la que los chicos de La Pasión salen al escenario. La frontera entre el espectador y la obra va diluyéndose conforme avanza la representación y los números musicales se van sucediendo, sazonados de tanto en tanto por diálogos que vertebran esta pastoral sobre el sufrimiento y la esperanza, en el que las dudas de fe de la protagonista se van rindiendo, como se rinde el público desde la platea, a la belleza del mensaje de Cristo.
Hablar de la excelencia vocal que ha alcanzado este grupo en permanente renovación, de la inteligencia de la puesta en escena –un sutilísimo y permanente juego de elipsis de extraordinario poder visual- o del inmenso logro de haber conformado un espléndido repertorio de canciones de composición propia no termina de hacer justicia a un proyecto que definitivamente no puede calificarse como espectáculo musical, sino que debe ser definido como experiencia profunda y cautivadora, que no puede ser ponderada sino a través de la primera persona del singular. Una experiencia, hay que advertirlo, de la que puede que uno salga con varios engranajes seriamente removidos por ahí dentro, justo ahí donde uno no puede esconderse de sí mismo ni taparse los ojos ante la luz cegadora de la Esperanza.
Enhorabuena, amigos del Musical La Pasión, y gracias por marcar, una vez más, nuestra vivencia Cuaresmal. ¡Os esperamos por Cieza, ojalá el año que viene estéis por aquí, que nos hacéis siempre mucha falta!
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